Revelación en
sueño sobre el ataque de las fuerzas infernales a la Iglesia Católica, y como
Ésta es sostenida por Jesús, María y el Papa Francisco, en unión a sus fieles.
Martes, 18 de
septiembre de 2018.
Buenos Aires, Argentina.
Estaba de pie
en interior de una gran iglesia aboveda, acompañado por tres bellos Ángeles, de
blancas vestiduras, entre ellos se encontraba mi Ángel de la Guarda.
El
edificio poseía hermosas pinturas en las paredes y en el techo, todas haciendo
referencia a la vida del Señor, a Su Santa Pasión y a las apariciones de la
Santa Madre a través de los tiempos.
El interior estaba en penumbras, parecía
que la luz del lugar había sido cortada, las imágenes (estatuas) y toda clase
de adorno habían sido arrojados al suelo con gran violencia desde sus lugares
de reposo, solo quedaban trozos y astillas de ellos, parecía que hubiera
ingresado una horda de vándalos saqueando a todo a su paso.
Desde donde
estábamos mirando el interior de la iglesia, lateral izquierdo, se podía ver
que por la entrada principal del templo, desde el exterior, ingresaba algo de
luz natural.
En el interior
solo había una luz como de día y era en el altar, elevado en tres escalones en
mármol blanco y grisáceo, detrás de la mesa del altar, en una pared, en el
centro de esta, había un Sagrario dorado de delicados sobre relieves, desde
cuyo interior a pesar de estar cerrado, provenía una luz tan fuerte, era un
pequeño Sol que iluminaba todo el altar, esa luz traspasaba al mismo Sagrario,
a su derecha había una imagen viva de Nuestra Señora de Fátima, de escala real,
la Santa Madre estaba con el Santo Rosario en sus manos, estaba orando, podía
escuchar su delicada voz, los tres Ángeles y yo nos dirigimos a escasos metros
del altar, nos arrodillamos ante el Sol radiante el Sagrario y en un ademan de
nuestras cabezas saludamos a la Santa Madre, quien nos mira regalándonos una
delicada sonrisa.
Giro mi cabeza
y miro para atrás, veo que los asientos para los fieles no existían, solo los
pedazos desparramados de las imágenes y de los adornos destruidos.
Nos ponemos
de pie y caminamos hacia al centro del templo y en el suelo vemos pintado de
colores verde y azul, una gran bestia similar a un dragón alado surgiendo de un
de un foso, este lo estaba escalando como queriendo salir a superficie, tenía
cuatro patas, enormes garras y una gran boca como de lobo de inmensos y
afilados dientes.
Recuerdo que rodeamos la pintura, y nos colocamos detrás de
esta, y de pronto la bestia pintada cobra vida, sale del boceto y se pone de pie
sobre sus dos patas traseras y grandes garras, si era enorme en la pintura lo
era aún más fuera de ella.
Tenía la postura de un hombre y por momentos emitía
rugidos como bestia furiosa y luego en voz grave hablaba como hombre dando toda
clase de amenazas e improperios hacia el Señor Sacramentado y a la Santa Madre.
Los tres ángeles y yo nos quedamos sorprendidos ante tal escena, miramos
alrededor y vemos a exiguos metros de nosotros a un grupo de hombres vestidos
de trajes oscuros que ingresan por la puerta principal del templo, mi Ángel
Guardián me dice que eran masones, gente muy poderosa relacionada con el poder
político y económico, junto a ellos había algunos uniformados de la policía.
Entre estos hombres había uno de mayor edad y daba las órdenes a los más
jóvenes, era un gran maestro de la masonería, las directivas eran verificar que
no quedara nada sin revisar o saquear y así lo hacen, venían a verificar que el
trabajo sucio por sus secuaces estuviera hecho, pero antes se acercan a la
bestia, la rodean formando un círculo, se inclinan ante ella y reciben otras
directivas.
Una vez tomadas las ordenes, van a todos lados del templo, excepto
al Altar donde no podían llegar, revisan cada rincón, ingresan a la sacristía y
habitaciones, extraen atuendos sacerdotales para la celebración de la Santa
Misa, los arrojan al suelo, los arrastran y los patean con furia como simples
trapos hasta amontonarlos a poca distancia del bestia.
Tanto yo y como lo
ángeles éramos invisibles a estas personas y al dragón verde y azulado, solo
podían vernos el Señor y la Santa Madre.
Mientras
tanto, el lugar sigue en penumbras, casi a oscuras. Nos acercamos nuevamente al
Altar, dejando atrás nuestro, no muy lejos, a la bestia, vemos que el Sol
Eucarístico en el Sagrario aumenta su luz y de la Santa Madre, desde su
Corazón sale una luz blanca, también como diminuto sol, Ella estira su mano
derecha con el Santo Rosario, del cual sale una especie de luz azulada que
forma una escudo alrededor del altar.
La Bestia ruge furiosa y llama a los
hombres de traje a congregarse en posición de ataque contra la Santa
Madre, pero este escudo de luz azulada y la luz dorada que proviene del
Sagrario enceguecen y dañan los ojos de estos hombres, que también se lamentan
como bestias, la luz los lastima y nos le permite avanzar hacia el lugar más
santo del templo.
Con los tres ángeles vemos que a los pies del Sagrario, había
un hombre de rodillas, estaba vestido todo de blanco, era el Papa Francisco,
estaba encorvado con la cabeza mirando al suelo, pero orando al Señor, de su
espalda, se ven tres heridas, era como si unas garras filosas lo hubieran
alcanzado, dos pequeñas y la otra (la central) era más grande que las primeras,
las laceraciones habían sido hechas de arriba hacia abajo desgarrando la carne,
de estas salía mucha sangre que corría hasta el suelo.
Francisco levanta su
cabeza, mira al Señor Sacramentado radiante como un sol, dice unas palabras de
ruego, su rostro está muy pálido, apenas podía mantener sus ojos abiertos,
agacha su cabeza y todo su cuerpo para se balancea de un lado a otro, parece
que va desmayarse.
Dirigimos la
mirada hacia la bestia y sus hombres, podemos ver en sus rostros
prepotencia y seguridad, se sienten convencidos que han derrotado a la Iglesia
Católica, se nos permite escuchar el dialogo entre ellos, sienten que ya pueden
hacer lo que se les plazca, saquearla y cometer todo tipo de ultrajes, ven que
los sacerdotes han sido derrotados y sus ovejas dispersas.
Estos dicen en
reunión frente al Altar: ¿Quién podrá hacernos frente o vencernos en batalla?.
Solo quedan Aquellos (Jesús y María) y su Celebrante (el Papa Francisco) que
resisten y no nos permiten que tengamos todo el botín en nuestro poder, pero ya
los tenemos rodeados, solo nos quedan matar al celebrante, al Ungido del Señor,
y entonces podremos tomar el Altar y todo lo que hay en él.
Miramos hacia
al techo de la iglesia y vemos que había muchos símbolos de ojos masones
mirando a todos lados dentro la iglesia, era como si buscaban alguien.
Desde nuestro
lugar se veían a hombres y mujeres dispersos en el mundo con Santos Rosarios en
sus manos, no eran muchos, pero resistían los ataques del demonio y su ejército
infernal, oraban con tanto fervor que desde sus corazones surgía una luz tan
blanca como la nieve que laceraba a los enemigos nocturnos.
Muchos de ellos
tenían grandes dones y con ellos repelían las embestidas y sostenían a sus
hermanos en gran combate.
La Iglesia era mantenida en pie por estos fieles
unidos al Señor y a la Señora.
Culminando con la revelación, no se ven
sacerdotes dentro del templo, el Papa está solo, pero fuera de ella se ven que
muchos de ellos son injuriados, calumniados, detenidos, golpeados,
despreciados, expulsados, les son quitados sus atributos sacerdotales, son
considerados para la sociedad una maldición, como si fueran leprosos de la
antigüedad.
Muchos abandonaban el Sacramento Sacerdotal por miedo o porque su
vocación es puesta en duda, otros caminaban errantes con la mirada al suelo,
avergonzados y lágrimas en el rostro por haber traicionado al Señor entregando
a la Iglesia en manos del enemigo.
Pero las pocas almas sacerdotales
existentes, unidas con a su rebaño fiel a Dios, resistían con grandes penurias
y persecuciones, pero lo hacía convencidos y alegres, todo lo esperaban de su
Señor y eran sostenidos por una luz dorada que provenía de lo Alto.
Así es como
se me fue revelado.